Cuando el Infierno se Congele
Dos amigos están sentados en
un parque conversando, tratando de recuperar el ánimo que apaciguó el invierno
que les tocó ese año. Esta tarde la sienten fría, gris y hablan de temas sin
importancia. Como siempre la idea es acompañarse un rato, no estar tan solos.
─Jota sabes que desde pequeño
siempre escuché decir una frase muy rara, siempre la decía mi mamá, cuando el
infierno se congele ─dice Pedro entre gestos de comillas.
─No me digas jota Pedro, ya
sabes no me gustan los sobrenombres ─replica José. ─Además deja el drama la
frase no es rara, tú eres el raro ─comenta riendo.
─Espera, espera, antes de que
me sigas diciendo raro o loco, como siempre, déjame explicarte. Se supone que
el infierno es un lugar de fuego, dónde las llamas nunca dejan de torturar a
los que llegan a sus campos y pailas. Se
asume que se quemarán y sufrirán una agonía sin fin, por toda la eternidad ¿Me
explico? ─pregunta con visible interés.
─Si, te explicas muy bien, y
como ya sé a dónde quieres ir y que no te voy a poder hacer callar dime qué
pasaría si el infierno se congela
─ Bueno que el mundo sufriría
un cambio profundo, se modificaría la existencia misma y las cosas no
mejorarían. Si el infierno se congela las religiones terminarían, porque al no
haber lugar al que vayan los pecadores a pagar no importaría si pecas. Creo que
así finalmente algunas religiones terminaran de asumir públicamente que son las
organizaciones más lucrativas que han existido y otras desaparecerán. Los curas
podrán amar tranquilos a las monjas, o entre ellos, que se yo, o lo que sea que
hagan en verdad.
─¿Siempre le vas a tirar duro
a la iglesia no? ─José se ríe y niega con la cabeza.
─La religión es una mierda
jota ─puntualizó elevando la voz.
─Relájate, solo me río, pero por
favor no me vengas con otro monólogo de cosas que no entiendo. Además hoy estás
más intenso que de costumbre ─replica José en tono divertido.
─Déjame terminar, sí, hoy
necesito contarte esto o me voy a volver a loco… Lo digo en serio, necesito
decírselo a alguien.
─¿Estás bien?
─Sólo déjame hablar por favor
─Dilo de una vez y deja las
vueltas, siempre das mil vueltas antes de decir algo, ¿Qué te pasó?
─Ya llego, deja de decirme
que siempre hablo de más. Cállate y déjame contártelo a mi manera jota. Y quita
la cara de novia preocupada esa que te ves más maricón que de costumbre.
─Eso no me decía anoche tu
hermana…
─Eh, cuidado, cuidado que te
pego.
─Bueno cuñado, sigue
contándome o me voy ─responde José tratando de distraer a su amigo. Siente que
algo no anda bien.
Ahora que lo piensa bien nota
que Pedro lleva la misma ropa desde hace 3 días. Luce descuidado, con ojeras,
los ojos enrojecidos, ojeras pronunciadas y habla con más intensidad que la
acostumbrada. Todo esto es muy raro en él, pero decide dejarlo seguir a su
ritmo.
─¿Dónde me quedé? Ah sí,
bueno, supongamos que el infierno se congeló. ¿A dónde voy a ir cuando me
muera? O ¿A dónde vas a ir tú?... No te quedes callado, dime a donde vamos a ir
José.
─No entiendo tu pregunta. ¿Estás
bien?
─Sí estoy bien. Deja de
preguntar idioteces y dime a donde me voy a ir si el puto infierno se congela.
─Por favor cálmate
─Yo estoy calmado
─No, no lo estás ─lo
interrumpe José con visible preocupación─ Estás rojo, sudando, casi gritando y con cara de loco. ¿Seguro estás bien? ─insiste.
─Sí estoy bien jota… José
perdón, quita la cara porque te diga jota. Y claro que estoy bien, la que no
está bien es mi mamá que se murió hace tres días. Eso está muy mal. Ella no
debería estar muerta y yo no debería estar bien. Pero eso no importa, volvamos a
hablar de infierno ¿Si?
Un frío gélido golpea a los
dos amigos, es un frío que genera la noticia. Crece la tensión. Ninguno sabe
que decir después de ese comentario. José quiere decir algo pero se contiene al
ver a su amigo llorando. Nunca lo había visto llorar, siempre lo vio como un
tipo duro, irrompible. El llorón era él no Pedro.
─No se lo había podido decir
a nadie hasta ahora. La vieja se murió y yo no tengo un infierno a donde ir. Lo
que hice no tiene perdón ni castigo. Es imperdonable jota, lo que hice es
imperdonable.
─Por favor para Pedro ─implora
José ─¿Qué fue lo que pasó? ¿Qué hiciste? Dímelo de una vez. Ya está Pedro,
deja de llorar así por dios ─abraza a su amigo buscando consolarlo ante la
falta de respuesta.
─¿A dónde voy a ir ahora
jota? ¿A dónde voy a ir si el infierno se congeló? Tiene que estar congelado
¿Sino cómo es que no estoy allá?
─¿Por qué vas a ir al
infierno? ¿Qué fue lo que hiciste que quieres ir al infierno?
─Dejé a mi mamá morir sola...
Me vine a vivir a esta ciudad de mierda y la abandoné, se murió sola y yo aquí
buscando un futuro mejor ─susurra mientras se aferra a ese abrazo con todas sus
fuerzas ─Me merezco pasar la eternidad en el infierno por ser tan egoísta y no
estar con ella jota, la dejé morir, es mi culpa, sé que la tristeza la
consumió, maté a mi mamá amigo, estoy maldito por eso lo sé.
─Tú no tienes la culpa, lo
siento. Mierda no sé qué decirte. Tranquilo estoy acá contigo, no estás solo…
─Si estoy solo, ella es lo
único que tenía, lo que más me importaba y la dejé morir.
José hace lo que puede para
consolar a su amigo. Cuando logra calmarlo un poco lo lleva a su casa para que
pueda dormir algo. Se queda a su lado y de a poco comienza a entender todo ese
discurso sobre el infierno. Esa locura que vio en su amigo mientras hablaba, la
mueca en la cara, los ojos desorbitados, los cambios en la voz, el aspecto, que
llorara así, todo eso comienza a tener perfecto sentido. Piensa que si eso le
pasa no lo va a poder soportar. La muerte de su mamá sería lo peor del mundo, y
por más que le dijo que no a Pedro, él sabe que su amigo tiene razón, ellos se
merecen ir al infierno por haberse ido de sus casas a un lugar tan lejano y
haber abandonado a todos tan solo para buscar una vida mejor. Ellos son los
parias del mundo, merecen esa locura que se apoderó de Pedro y que ahora repta
por su alma. Sabe que su amigo no volverá a ser el mismo de antes, y que un día
el tampoco será el mismo de ahora, la locura los tendrá como trofeo. Porque ese
es el peor de los pecados y no hay un infierno lo suficientemente horrible como
para que paguen ese crimen, así que la locura es el único castigo que deben
vivir por querer buscar un futuro mejor y abandonar a sus familias. El infierno
se congeló para ellos y ahora la locura toma su lugar.
Fue publicado en la antología "Signos" de Ser Seres Ediciones en el año 2016.
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