Tan solo un día más

 
     Abrí los ojos antes de que sonara la alarma, cosa rara en mí. Pero aproveché ese tiempo para ver tu lado de la cama. Por más que quise no puede recrearte acostado, roncando, con el ceño siempre arrugado y un hilo de baba escapando de tu boca. Me quedé así mucho tiempo, tratando de retratarte allí, en ese espacio vacío y frío con el que tuve que dormir.


     Cuando llegó la hora de levantarme lo hice sin pedir 5 minutos más, sin molestarme, ¡sí! te juro que lo hice sin protestar, aunque confieso me tuve que obligar a tomar una ducha. Lo hice con calma porque hoy, precisamente hoy, después de mucho tiempo, tenía el día libre.

     Me vestí de negro, quise vivir una especie de luto, aunque lo justifiqué pensando que me gusta verme en ese color. ¡Ja! qué fácil se me hace engañarme, siempre me lo dices y yo te lo refuto, es otra de nuestras costumbres, es parte de esa rutina que desaparece a veces y que extraño casi con desespero los días como hoy. Me miré un rato al espejo, no pude dejar de verme las ojeras, los ojos rojos, la cara pálida; el insomnio siempre deja huellas, más cuando no es la soledad la que me quita el sueño sino tu ausente presencia.

     No comí, tenía hambre pero no quise hacerlo. Eso es parte de mi protesta silenciosa contra estos días; no como, no suelo bañarme, me prohíbo alegrarme mucho y por más que lo intente no duermo, a veces logro dormitar, pero solo pocas horas y siempre con pesadillas, algunas se quedan conmigo varios días y otras, por suerte, las olvido en un rato.

     Hoy, con la intención de romper esta rutina decidí salir y no seguir encerrado en casa, necesitaba de un espacio que no gritara tu nombre sin parar, que no oliera a ti, donde no estuvieras presente como un fantasma que me atormenta, me persigue, me tortura. Hoy necesito no extrañarte, porque sí lo hago cuando estoy ocupado no sabré como soportarlo en un maldito día donde no tengo nada más que hacer.

     Me fui a Puerto Madero, aún no sé por qué, allí tenemos tantas memorias, recuerdos y vivencias. Pero creo que los días así es bueno ir a lugares que me gustan, donde hay gente muy diferente, donde todos somos parte de un algo pero cada uno está en la suya. Además, me gusta llevar estas emociones a estos lugares y dejarlas salir, es como un acto de rebeldía dar pinceladas grises en un lugar colorido. Sé que si me oyeras pensar me dirías intenso, dramático, o cualquier cosa así, pero bueno, así soy yo y ya a esta altura no podemos hacer nada al respecto.

     Me tiro en la hierba y me quedo viendo al cielo. Dejo que mi mente divague por esos lugares oscuros que no le cuento a nadie, vuelvo a sentir lo que es la vida sin ti, la registro en mi mente, la siento en la piel, me la escribo en la piel. Buscó el celular, te escribo un simple hola y miro fijamente la pantalla esperando una respuesta que tarda horas en llegar.

     Me emociono, lloro un poco, me alegro, siento que me estoy volviendo loco, que me enfermas, que me haces bien. Respiro profundo hasta calmarme. Sigo con la conversación fragmentada en mensajitos escuetos, hasta que al fin dices lo que necesito saber. Llegas mañana a la noche, ya casi se acaba tu viaje, vuelvas a mí, a completarme. Así que me levanto y regreso a la casa.

     Al llegar me tiro en la cama y me imagino contándote mis extraños días sin ti, ensayo como decírtelo pero desisto al darme cuenta de lo absurdo y enfermo que resulta todo esto. Así que decido rendirme otra vez y seguir disfrutando de esta encantadora agonía de extrañarte, de este pequeño infierno en el que me sumerjo cada vez que te ausentas por unos días, y que sobrevivo diciéndome que esto me va a atormentar tan sólo un día más.



Fue publicado en la antología "Detrás de la palabra" de Tahiel Ediciones en el año 2016.

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