Las que tienen nombre de flor*

 

¡Bendita seas, madre mía!,
que con dolor y santo amor
diste luz a mis días
y coronaste de arrullos
mis sueños en flor.
Flora Delmis - ¡Bendita seas, madre mía!
 
 
     Las abuelas de Caracas suelen tener nombres de flores, o nombres fuertes, pero que son distintivos de un tiempo de oro en la historia de la ciudad. Como es usual, son oriundas de una de las zonas más tradicionales de la ciudad de techos rojos y, como buenas hijas de su época, vienen de una familia dónde las figuras maternas se dividían a razón de los hijos que existiesen. Porque no existían tías o primas, solo madres. Estas emblemáticas señoras son hermanas de algunos, madres de unos cuantos y abuelas de muchos. No todos los que las quieren son consanguíneos pero sus afectos son incontables porque, a pesar del carácter que tienen, las abuelas se hacen querer.


     Llegado el momento, y siempre a temprana edad, se unen en nupcias con un inmigrante, la mayoría italianos, portugueses y españoles que huyen de la guerra, como era costumbre en ese tiempo, y al formar su familia siempre se terminan mudando a una zona, que como por obra del destino, se transforma en un baluarte familiar que durará por generaciones. Lo común es que la zona de la residencia sea ese apodo que trae evocativos recuerdos al que lo escucha, porque siempre se confunde con el nombre de la casa; que en la mayoría de los casos es el nombre de la abuela.

     Esas que tenían nombre de flor fueron mujeres de fuerza, entereza y carácter. Eran estrictas, conservadoras, luchadoras, alcahuetas de quiénes querían y, aunque no parecía, llenas de amor. Fueron damas que quisieron inmensamente y lo demostraban a través de gestos, no con palabras, característica esta que se ve reflejada en tres generaciones enteras de sus familias. Otra de sus características es el ceño cerrado, la boca fruncida y la singular mirada hosca que no denota malestar, contrariedad, apatía o desazón sino que es el gesto facial por excelencia que las distingue al igual que a los suyos. Mueca que, confiesan, tiene como principal precursora la mamá de nuestras abuelas.

     La mejor forma de conocerlas es a través de sus hijos, siempre más de uno, quienes heredaron sus características como virtudes y rasgos, teniéndolas todas pero destacándose siempre en dos. La principal es que todos están llenos de amor, a su forma particular claro está. En cuanto a la segunda característica los varones heredan el ser estrictos, y las hijas el ser conservadoras, luchadoras o alcahuetas. Eso sí, ver a esos hijos juntos es ver a las abuelas en cada faceta, es oírlas en algunas frases, es sentirlas en sus contactos y evocarlas en los gestos que evidencian su impronta en la vida de los otros.

     Para recordarlas, solo hay que entrar a ese refugio llamado casa. Basta con ver la silueta del hogar, la cadena que abre puertas, el entramado del suelo, los objetos celosamente ordenados, las fotos de acontecimientos, los objetos antiguos, los recuerdos del hombre que pereció antes de tiempo, las plantas que crecían sin parar, las aves que con su cantar ambientan la casa, el otro piso que era de todos, el sueño casi construido por encima del techo, la parte nueva, las modificaciones, el cuarto del medio con mil recuerdos, el oír los gritos que son conversaciones, el ir y venir constante de gente, la comida siempre lista para quien quiere, la confianza de que esta es como tu casa, la regla de que te haces uno más, la familia que te respalda aunque no sea la tuya, los lazos que no miran generaciones, la radio que siempre oían hasta el final de sus días, el televisor que arrullaba sus sueños pero que ellas siempre decían que veían, la mesita que contenía los objetos útiles y el único vicio que se les permitía, la silla de madera que denuncia su ausencia y el olor que eran al mismo tiempo la casa y ellas... Para conmemorarlas hay que hablar de aquel viejo y misterioso cuarto donde, siendo buenas embajadoras de tiempos olvidados, fallecieron sumergidas en el tradicional y arraigado realismo mágico latinoamericano.

     La verdad es que todas las casas susurran sus idas, pero hoy, paradójicamente, los objetos y la gente las hacen revivir, las traen de vuelta a cada recoveco, impregnan de ellas cada espacio y las hacen sentir como lo que siempre serán, son y fueron, unas mujeres, hermanas, madres, abuelas, bisabuelas y amigas irreemplazables, que aun con las manos arrugadas, el semblante duro, los recuerdos en la nada, las piernas cansadas y la voz entrecortada se mantuvieron fuertes hasta al final, imponiendo su voluntad y marcando la vida de todo aquel que tuvo la dicha de conocer a estas imborrables mujeres.

     Las abuelas de caracas son la representación de un arquetipo y de una generación, que vive en cada uno de los venezolanos, ellas son todas las mujeres de su época a la vez que son una sola, porque aunque se parecen todas, cada una tiene características que la hacen ser esa única flor que revivirá y marcará el porvenir de cada familia que escribe su historia en el vivir.



* En Homenaje a Hortenicia

Fue publicado en la antología "Le´Croupier 3" de Ediciones Croupier en el año 2016.

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