La Yerbatera
“El que no cree en la magia nunca la encontrará”
Roal Dahl
Ella es una
viejita sin edad, nadie sabe cuánto tiempo lleva en este mundo. La verdad es
que ni ella misma se acuerda, y si algún forastero pregunta todos en el pueblo
responden lo mismo, “ella es eterna porque nació cuando las montañas eran polvo
y estará después del último ocaso acompañando a la luna hasta sé que apague”…
Cualquiera se sorprende con esa respuesta, pero lo que no saben es que aprendimos
a recitar este mantra de tanto que la oímos a ella decirlo. Pero este es solo
uno de sus misterios.
Su pelo es una larga trenza que le llega a la cintura y que no es del todo negra, gris o blanca, sino que es una hermosa composición que exhibe con orgullo. Sus arrugas son sabias e incalculables, su piel es del color de la tierra húmeda de la primavera y su olor es una mezcla entre las hierbas y la fortaleza de una mujer con una pizca de antigüedad. Su voz es una sinfonía que calma al lobo rabioso, convence a la mula testaruda, guía al alma a un buen sendero, aleja los malos espíritus y reconforta más que el abrazo de cualquier ser vivo. Sus manos, dignas de admiración y adoración, son herramientas de labranza capaces de arrancar la maleza, acariciar con protección, cargar al desvalido y curar cualquier dolencia, pero los que la conocieron, siempre recuerdan sus ojos, aquellas gemas que hablaban de secretos que solo conoce el cosmos, daban lecciones de la naturaleza, tenían compasión por todos y asustaban a los mal intencionados.
La vieja se
llamaba de muchas formas porque cada quién le decía como quería, y si bien era conocida
como la famosa bruja del valle entre las montañas ella prefería que le dijeran
la yerbatera, porque en eso radicaba su magia, en las yerbas. Como decía
siempre “ellas son las que saben y las que hacen, a mí solo me dejan usarlas
cuando quieren, y cuando no están de ánimo solo nos queda rezar, porque son
tercas, sabias y astutas, ellas lo saben todo y yo solo sé lo que ellas quieren
que se sepa”.
La gente venía
de todos lados a conocerla, a buscar sus curas, concejos, compañía, secretos o
solo a comprobar si era verdad lo que se decía de la vieja yerbatera… Los
rumores eran que sanaba todo tipo de dolencias, curaba lo incurable y era más
sabia que el diablo porque era más vieja que él, y eso, ya es mucho decir. Ella
se reía de que dijeran esas cosas y no les daba importancia, porque lo único
que siempre quiso es que las personas que acudían a ella encontraran calma. Ésa
era su única preocupación, que todos tuvieran calma, porque es allí donde se
refugia la felicidad, aflora la fortuna, descansa el alma y nace el amor.
Una de sus
características más reconocidas era su disposición a enseñar y compartir sus
secretos, que aunque parecían interminables y enredados eran simples, “ese es
el mal del hombre actual”, recuerdo que decía sin cesar, “les gusta la vida
complicada y es en la calma que esta la cura de todo, porque allí y solo así
nace lo que todo lo cura”. Pero muy pocos entendían que ese era su secreto e
insistían en pedirle recetas, trucos y magia para cualquier mal, así que tenía
una lista básica de secretos que le contaba a todos los que veía “Aloe Vera
para todo sirve, ajo para las infecciones, laurel para el insomnio, romero para
ahuyentar a los malos espíritus, un pocillo con agua para calmar las energías,
ayuna para alimentar el alma, auyama para absorber los malos pensamientos, un
hilo en la frente para el hipo, un tecito de lechuga para relajar, manzanilla
para los nervios, una sopa de pollo para el enfermo, un chocolate caliente para
el mal de amores, un trago de ron para celebrar o despedir a alguien y siempre
una caricia, una palabra de aliento y un abrazo para sanar, nada más se
necesita para estar en calma y ver la magia hacer efecto”. Esta lista todos la
sabemos y la enseñamos.
A los más
curiosos les contaba que lo que sabía se lo dijo la luna, se lo recordaron las
estrellas, lo escribió en el río, lo sembró en la tierra y lo guardó en el
viento, pero que la enseñanza real se la dieron las plantas, hijas de los
elementos donde atesoró lo que la luna le enseñó cuando era joven, en otra vida
muy diferente a esta. Si le preguntaban por su origen decía que era hija de la
diosa naturaleza, hermana de los animales, aprendiz de las raíces y madre de
todos los hombres y mujeres que existían. Nunca lo decía de otra forma y
siempre lograba dejar sin aliento a quién la escuchaba, porque su convicción
era tan fuerte como el trueno y su carisma tan palpable como el musgo.
La yerbatera no
esperaba nada a cambio por sus enseñanzas y curas, por eso nada pedía cuando hacía
su magia, solo recomendaba ayudar a los demás y dejarlos ser, “porque todos son
como son, así como las hojas de un árbol, los pichones de las águilas o las
crías de la vaca son todas diferentes y nunca iguales, nosotros lo somos,
porque cada uno tiene un conocimiento necesario para el mundo, todos somos
importantes, igual de importantes”. Y bajo esta declaración transcurrió su vida
curando, cuidando, sanando y ayudando a el que lo pedía y al que no también,
porque “hay que hacer el bien sin importar a quién”.
Mi vida junto a
ella fue maravillosa, como la de todos en el pueblo. No sé quién era ella
realmente, salvo la yerbatera, la que era una desconocida pero a la vez mi
familia, la que me dijeron que no moría sino que cuando le llegara su hora se iría
a descansar debajo de la montaña, arropada con flores, iluminada por las
estrellas que siempre la protegieron, arrullada por el viento que la guiaba,
siendo perfumada por las plantas que la amaban y recordada por los hombres que
la conocimos y entendimos cual era el secreto de su magia. Pero que dormiría
solo un tiempo para regresar a seguir curando al mundo que siempre la
necesitaba, porque para el último ocaso aún falta…
Por mi parte
sigo esperando que regrese de su descanso, para decirle que descubrí cual era
la magia, cuál era el poder de su curación, porque después de muchos años
entendí que el secreto no era la calma, la calma es la puerta al mundo mágico
del amor, porque ese es la única magia, amar, sin condición, sin recelo, sin
dudarlo y a todos, porque solo el amor cura y eso las plantas lo saben, y son
astutas, y son sabias y solo al que ama y quiere sanar desde el amor lo ayudan,
y las manos lo transmiten, y las palabras lo guían, y los ojos lo expresan y un
abrazo lo demuestra.
Fue publicado en la antología "Magia" de Tahiel Ediciones en el año 2017.
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