El Mimo
Él es un Mimo, siempre calza zapatos
de charol, tan desgastados que dan cuenta de lo mucho que ha andado. Viste un
pantalón negro, siempre el mismo, muy ajustado desde el tobillo hasta la
cadera, son así para darle el sostén necesario en cada paso. Usa una remera
manga larga que alterna rayas horizontales negras y blancas, realmente ya son
amarillas y grises, que buscan representar un horizonte más atractivo que
el que lo rodea a diario; remata el atuendo con un sombrero redondeado en la
parte superior y de ala corta que ata en su base con una cinta de seda negra y
lo decora con una flor color carmesí, falsa evidentemente, Pero ¿qué sería de
él sin un poco de esperanza representada en ese único color? Por último, se le
ve la cara siempre tan blanca como la niebla, una lágrima de color ébano un
poco por debajo del ojo izquierdo, y en los labios, con la misma tétrica
tintura, una sonrisa exagerada, porque como buen Mimo nunca está ni triste ni
feliz, sino que es un poco de ambas emociones, realmente es un poco de todo y
de nada al mismo tiempo. Con este maquillaje muestra y oculta su identidad,
esconde sus emociones y se prepara para imitar lo que sea que suceda en su
entorno, a fin de cuentas, su cara es como un lienzo blanco y se puede moldear
al gusto del que transita a su lado.
Desde pequeño aprendió de sus
mayores que no hay mejor elección en la vida que la de ser un Mimo, tratando de
imitar, agradar y de encontrar un lugar, uno que nunca es suyo; todo el tiempo
intentando suplantar un lugar que ya fue ocupado. ¡Pero no importa! el imitar
es una de las formas de vivir la vida y el único mandamiento que puede tener un
Mimo, al menos así lo escuchó siempre y lo convirtió en su única verdad.
Este Mimo todos los días se
vestía, maquillaba, suspiraba y salía a la vida a buscar ese lugar concurrido y
de moda, iba imitando personas, cosas, animales, situaciones, verdades,
mentiras, pensamientos, sentimientos, todo y nada, siempre cosas ficticias,
¡Sí, ficticias!, porque cuando todos ven un mimo actúan, con la intención de
divertirse con la imitación que les ofrece ese sujeto tan común y extraño.
Así fue transcurriendo su vida,
pasando de la niñez a la adultez, y convirtiéndose en todo un maestro de la
imitación, perfeccionando su técnica con cada nueva imitación, tomando retos
mayores cada día, cumpliendo hazañas asombrosas, siendo reconocido por eso, en
fin, cosechando éxitos. Hasta que un día al despertar, entendió que había
sufrido una metamorfosis, ya no existía maquillaje, ropa, sombrero, flor,
maquillaje color negro, blanco o carmesí, sino que ahora, todo esto, era su
piel. Al fin era un Mimo de carne y hueso, uno de verdad, un Mimo por
excelencia, podemos decir que finalmente era ¡El Mimo!, así que embargado de
una felicidad irrisoria salió a la misma vida de siempre, esperando que notaran
que ahora ya no fingía, que de verdad era un Mimo, uno que, a fin de cuentas,
no podía hacer nada más que imitar una y otra vez lo que veía, sin detenerse
nunca, sin pensar en nada más que imitar una y otra vez, una y otra vez, y
otra, y otra más, ¡y sí!, ¡otra más!; ya nada lo podía sacar del estado de
imitador perfecto y gracioso que constituía su vida...
Así transcurrió otro tanto de su existencia, hasta que
un día cualquiera e igual a los demás al tratar de verse en un espejo no vio
nada, su reflejo no existía, pero no le extrañó el cambio fue tan gradual y en
tanto tiempo que no le sorprendió en lo más mínimo; ahora el mimo no es blanco
y negro, de carne y hueso, ahora es plateado y de vidrio, más grande de lo que
recuerda y totalmente plano, sin dimensiones, aunque es capaz de reflejarlas
todas.
Después de su segunda metamorfosis, sólo siente
resignación. Sale de vuelta a esa vida de tantos años que en nada cambió,
aunque todo es diferente, salió una vez más a reflejar, como el perfecto espejo
que es, la vida que ve y percibe.
Ahora el Mimo puede reproducir emociones auténticas,
un sueño logrado después de tantos años, reproduce perfectamente la felicidad
de la sonrisa que antaño tenía, el amor de los ojos iluminados, la tristeza de
la lágrima color ébano, la sorpresa de la boca abierta, la desconfianza de los
ojos entornados, el miedo de los ojos desorbitados, la pasión de un corazón que
palpita sin cesar, la lujuria de un cuerpo que transpira, los nervios del
tartamudeo y el desprecio de una nariz respingada, pero es capaz de sólo eso,
reproducir, nunca sentir de verdad y casi nunca algo sincero o loable, el mundo
dónde está no lo es, nunca lo fue, pero ahora es cuando puede comprenderlo.
El Mimo ya no piensa, sólo existe en la rutina de
levantarse y recordarse siendo un niño feliz, luego recuerda sus años de Mimo
no consumado, su aprendizaje constante y su ropa desgastada, después cuando se
convirtió en ¡El Mimo! El perfecto Mimo de carne y hueso, y ya no puede
recordar desde cuando es un espejo. Sale de nuevo a la vida y ve tantos Mimos
en el mismo camino que él transitó y transita, siguiendo sus pasos, y sólo
pocos, muy pocos de hecho, quitándose la ropa, el maquillaje, los miedos y decidiendo
ser diferentes, aunque nota que cada vez son menos los que lo hacen. El Mimo
observa otra cosa, un detalle que nunca vio, existen diferentes tipos de Mimos,
no todos son iguales, sino que vienen en series, y sólo un ojo tan afinado como
el de él es capaz de ver los diferentes tipos de Mimos.
Con esta nueva revelación camina de arriba abajo,
entendiendo que los Mimos siempre se han imitado entre ellos, que la
originalidad no existió nunca, ni nada que imitar, ya todo existía y era
imitado, de hecho, son millones de Mimos imitándose unos a otros, buscando un
lugar dónde encajar, un lugar ya ocupado por otro, un lugar que no le pertenece
a nadie, porque nadie quiere el que tiene sino el que imita, el que intenta en
vano, y sin éxito, reproducir.
Hay tantos detalles que ahora están claros para él,
que por primera vez en su vida se sorprende de verdad, porque más allá de
entender la realidad de la vida de los Mimos se da cuenta de que no sabe ser
otra cosa, que no puede ser otra cosa, y ahora tiene que vivir sabiendo que
pudo haber sido cualquier otra cosa, pero eligió ser Mimo y se convirtió en el
mejor de todos y ya no puede retroceder, sino seguir siendo el ejemplo de todos
los demás Mimos, seguir siendo el punto a alcanzar y superar, seguir siendo el
vivo ejemplo de que el esfuerzo puede valer la pena y que se puede llegar a ser
perfecto… Ante esto grita, llora, ríe e intenta decir que este camino a lo
mejor está mal y que sin duda lleva a la infelicidad y la soledad, así lo fue y
es para él, pero los Mimos no gritan, lloran, ríen y mucho menos hablan, sólo
imitan.
Ahora ya por terminar su vida, el Mimo lo hace
imitando, buscando un lugar que ya está ocupado y que no le pertenece, buscando
un lugar que nunca ocupara, como siempre lo hizo, aunque esta vez con la
tranquilidad que da la resignación de saberse el mejor de su tipo, y este
absurdo detalle lo hace, al menos así lo cree él, diferente del resto y con
esto deja de ser un Mimo/Espejo y se consagra como El Gran Mimo, el único en su
estilo, el único con sus logros, el único que es diferente entre un mundo lleno
de muchos como él. Se consagra como tantos otros millones antes, durante y
después de él.
Fue publicado por Bruma Ediciones en el año 2013
ISBN: 978-987-45255-0-5
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